24.2.07

La suerte está de mi parte

Parece que a alguien de allí arriba le caigo bien.
No es que crea en querubines rubios y de ojos azulones revoloteando a mi alrededor. No lo mío es más profundo. Os confieso, que he llegado a la conclusión de que hay algún tipo de fuerza a mi alrededor que me protege del mal.

Cuantas veces el universo se habrá conjurado a favor mío, para ahorrarme desgracias, dolores de cabeza, y otros infortunios inmerecidos. Innumerables veces me he salvado por los pelos de grandes desdichas gracias a un conjunto fortuito de casualidades.

En el caso, poco probable pero digno de ser considerado, de estar bajo la protección de un angel guardián, parece ser que está especializado en evitar la perdida de objetos valiosos.

Sin ir muy lejos, esta mañana he bajado a comprar el pan… y cuando he mirado el bolso, no estaba la cartera donde llevo todas las tarjetas de crédito, el dinero y fotos de mis seres queridos. Entonces, he deducido que si no lo había perdido por el camino, la última vez que lo había usado había sido hacía dos días… y era probable que estuviese en el coche. Claro, que el coche lo tenía aparcado en un descampado poco recomendable, así que empecé a montarme historias en la cabeza en las que aparecía mi coche con las ventanas rotas, desvalijado y mi cartera tirada en la acera, vacía. Las fotos de mis seres queridos las habían roto y desperdigado por el aparcamiento. Mi DNI, vendido a un rumano sin papeles, y mis tarjetas de débito usadas hasta vaciar mi pobre cuenta. Finalmente, cuando he llegado al coche, todo estaba correctamente, hasta la cartera tirada en el asiento trasero. Veis? Una fuerza todopoderosa había hecho invisible mi cartera para que no llamase la atención y no fuera robada por ningún maleante.

También me pasó algo parecido, hace unos meses, cuando al bajar del coche se me cayó la cartera entre la acera y las ruedas… y yo ni me enteré del extravío hasta que no volví al día siguiente…y me encontré una cartera igual que la mía al lado de mi coche.


Ya me ha pasado dos veces que me he dejado la carpeta con todos los apuntes (justo antes de un examen), encima del capote del coche, y después de un par de km, al girar la rotonda… caerse en el medio de la vía. Pues siempre la recoge una buena persona (sin duda un enviado de mi ángel) , me llama por teléfono y me la devuelve.

Sin duda, otra certificación de la existencia de mi guardían, fue cuando me dejé mi móvil en el baño de un centro comercial, y cuando ya lo daba por perdido, me llamó una buena persona para devolvérmelo. Igual que cuando me dejé una cámara de fotos digital en un McDonald’s… y cuando volví al McDonals a los dos días, las dependientas me la habían guardado.


Yo soy la prueba de que existe una fuerza que nos protege.


O que aún existe la honradez en la raza humana.

7.2.07

Aire

Muchas mañanas, cuando no quiero despertar mi cuerpo se revela contra mí de forma poco frecuente. Sufro una metamorfosis transformándome en un ser extraño y desconocido hasta para mi, ya que cuando abro los ojos para sorprenderme con mi nuevo aspecto, vuelvo a mi estado humano habitual.

Peso como una pluma, y si no fuera porque me atrapa la manta saldría volando como un globo. Después me hago diminuta, chiquitina… pero al mismo tiempo tengo la sensación de extenderme por toda la habitación, llegando a cada rincón, y queriendo escapar por la ranura de la puerta.

A veces, Soy suave y cosquilleante. Permanezco entre las sábanas tan tibia y liviana… Tan insustancial, que creo que he dejado de existir. En esos momentos, me asusto y vuelvo a ser Raquel.

Otras veces, soy ligera, pero fuerte y aguda como una espada. Cada poro de mi piel se eriza y siente cada uno de los objetos que tengo alrededor tan intensamente, que me duele el cuerpo y mis órganos están apunto de estallar. Cuando el dolor es insoportable, vuelvo a ser Raquel.


¿Qué soy?

Producto defectuoso

Nadie avisó a Daniel de que crecer era un proceso tan complicado.

Los primeros años, ejecutó su papel con destreza. Limitándose a dejarse llevar por su instinto y el consejo de sus padres, sin ningún esfuerzo fue considerado un niño inteligente, diestro y despierto. Poco a poco, sus habilidades sociales se revelaron limitadas por un exceso de timidez y tal vez, incomprensión hacia cierto tipo de comportamientos ajenos. Sin embargo, lo compensó con su natural simpatía y una sonrisa estudiada que desarmaba a sus mayores y al sexo contrario.

Aunque era alegre de nacimiento, con los años, cada vez tenía que esforzarse más para sonreír. Y es que los problemas externos del mundo no ayudaban demasiado a resolver sus conflictos internos típicos de un adolescente vulgar.

Y aquí estaba él. Recién levantado a las 12 del mediodía delante de la ventana del 5º piso donde vivía con sus padres. Sin mayores aspiraciones que vivir al día, sin sueños a largo plazo, y sin ilusiones más mayores que salir con los amigos el fin de semana. Ni siquiera se sentía especial, era básicamente un producto de la sociedad como cualquier otro chico de su edad.

Miró por la ventana. La larga calle sin árboles, el vecino de enfrente regando un esmirriado geranio, los ruidos de una pala mecánica en la esquina… y un trocito de cielo gris donde volaba un sucia paloma.

Y en ese momento, que por cierto, era su 25 aniversario, decidió lo que iba a hacer.